Crisis de la democracia y revolución de las élites
Crisis de la democracia y revolución de las élites
Por Gabriel Henríquez Publicado el 9 Jun, 2011
Sin lugar a dudas nadie podría haberse imaginado a principios del 2000 que hoy el mundo estaría exaltado, en un ambiente de crisis tanto política como económica, en Europa, Medio Oriente y, por qué no, también en América Latina.
En sí, la confianza en el sistema democrático liberal y el capitalismo, en su variante neoliberal, muchas veces parecía indicar que todos los eventos próximos estarían mediados sólo por aspectos reformativos o profundizadores de ambos modelos. Irlanda se convirtió, para las economías emergentes, en el modelo a seguir, y el status quo político democrático liberal era incuestionable.
En cierto modo, el fin de la historia había llegado. Habíamos encontrado un sistema político que garantizaría estabilidad y uno económico que procuraría prosperidad. Pero no. El mundo ha sido sacudido por la implacable marcha de la historia, la cual ha demostrado lo contrario: Irlanda está en el suelo, la democracia actual está siendo cuestionada por diversos movimientos ciudadanos en Europa, y el Mundo Árabe libra su batalla para recobrar la libertad de sus tiranos.
Cuando la crisis económica golpeó al mundo en 2008, muchos habían advertido sobre la excesiva toma de riesgos de los bancos y la burbuja inmobiliaria, que podría ser más desastrosa que la burbuja de los .com, del 2000.
Toda crítica al sistema neoliberal y a la desregulación, formulada principalmente por un núcleo de economistas keynesianos, como Nouriel Roubini, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros; pasaban por aguafiestas en el boom que se venía percibiendo desde la década de 1990.
Las pérdidas en riqueza, sobre todo en Estados Unidos, fueron enormes; el bailout de 700 billones de dólares salió de los bolsillos de los contribuyentes, con poca o escasa rendición de cuentas.
Muchos ejecutivos recibieron millonarios bonos en medio de la crisis –de la cual fueron cómplices–, una burla para todos quienes perdieron sus ahorros y hogares. Sumados los costos de la guerra de Irak y Afganistán, la aventura unilateral de George W. Bush y los costos de estabilizar el sistema –pero no reformarlo – han llevado a EE.UU. a estar endeudado casi en un 100% del PIB (Washingtonpost.com), sin producir ningún tipo de bienestar o riqueza asociada a innovación o beneficios a los ciudadanos.
En Europa, las recetas de desregulación y amplia apertura al libre mercado, seguidas al pie de la letra por Irlanda e Islandia, cobraron la cuenta con la burbuja inmobiliaria en el primero y la quiebra de los bancos en el segundo. Islandia fue el primer país desarrollado, en más de treinta años, en buscar la ayuda del FMI. Ahí los bancos tomaron depósitos y activos que totalizaron US$176 billones, ¡once veces el PIB del país! (Centre for Economic Policy Research).
Como en otros lugares, los bancos tomaron alto leverage y enormes riesgos; el sueño del libre mercado se volvió pesadilla. La caída de Lehman Brothers provocó un efecto en cadena en el sistema bancario internacional. El ciudadano islandés debió pagar con su propio dinero los errores de los bancos.
El caso de Irlanda, luego de un boom entre 1997 y 2007, la sobre expansión del crédito y la burbuja inmobiliaria tuvieron efectos desastrosos en la economía del “tigre celta”. Como en el caso islandés, el ciudadano vio cómo debía pagar los costos de inescrupulosos y, peor aún, de un sistema económico que permitía, bajo la venia de los representantes políticos, hacer de la estafa un motor de “riqueza”.
Grecia y Portugal viven situaciones similares, ambos han sido rescatados por la Unión Europea y el FMI con la condición de imponer medidas de austeridad y recortes en el gasto público que han terminado afectando seriamente a los ciudadanos. El descontento ha sido tal en Grecia que ha derivado en violentas protestas en los últimos meses (Nytimes.com).
Algo está muy mal con la democracia
La democracia salió damnificada de la crisis financiera. La situación en Europa, en general, hoy es desmoralizante, tanto por los efectos directos de la crisis como por el notorio desempleo, sobre todo en los más jóvenes. Los indignados de Madrid (Ballotage.cl), descontentos con el sistema político y los partidos, han sido seguidos por los indignés franceses en la Bastilla.
A ambos grupos los une la crítica a la democracia, que no parece tan demo-crática. Al hecho que las decisiones afectan a quienes poco tuvieron que ver con la crisis, y salvaguarda a quienes actuaron irresponsablemente. La élite política se ha distanciado demasiado de los ciudadanos que dice representar.
Los jóvenes apolíticos que creían que la conformidad era la mejor manera de comportarse son cosa del pasado. La organización de estos grupos lentamente se sofistica mediante mecanismos de democracia directa, debate de mociones y redacción de diversos proyectos de ley para mejorar la situación de los jóvenes, que han tenido lugar en diversos encuentros.
El movimiento parece expandirse a otros países. En Lisboa se llevó a cabo una manifestación el 12 de marzo, la manifestación más grande desde la Revolución de los Claveles, que derrocó la dictadura salazarista. Esta es la marcha de la generación perdida.
El desempleo en Portugal se ha duplicado a 12.6% en los últimos seis años, entre los menores de 25 años la tasa de desempleo es del 27%. (Spiegel.de). Por estos días, unos centenares de jóvenes se han tomado también las calles de Viena, Hamburgo y Roma.
En los países árabes, los jóvenes pelean por derechos democráticos (Ballotage.cl), mientras que la juventud europea protesta por una sociedad política en declive. Una que parece preocuparse más del bienestar del sector financiero que el de sus futuras generaciones.
En el Mundo Árabe las recientes revoluciones han cambiado gobiernos en Egipto y Túnez (Ballotage.cl), probablemente inspirando los acontecimientos actuales en Europa.
Todavía se libra una guerra civil en Libia, en Yemen la situación se ha complejizado en medio de choques tribales y potencial secesionismo (France24.com), mientras que en Siria las protestas han ido más allá del levantamiento del Estado de Emergencia que mantenía el gobierno hace más de 48 años(Ballotage.cl).
Se desea la dimisión de Bashar al-Assad, lo que ha generado un alto grado de violencia y muertes, debido a la brutal represión del régimen sirio.
La rebelión de las Élites
La situación en Europa y en el Mundo Árabe parece coincidir en la pérdida de legitimidad de los sistemas políticos. En el caso de las autocracias, contra las que pelean los jóvenes árabes, es evidente la disociación entre la élite política y los ciudadanos, pues ni siquiera existe un vínculo representativo.
Es ahí donde se desea construir un régimen democrático, que sea escogido por el pueblo, gobierne para él y por él, estructurando la idea de ciudadano como protagonista político –a diferencia del único actor político hoy, el tirano, como diría Montesquieu.
En Europa, y en general en las democracias liberales occidentales – incluyendo la nuestra–, existe una aparente – y peligrosa– disociación entre ciudadanos y élites. La crisis financiera ha iluminado el trecho que existe hoy entre representantes y representados.
Los políticos pierden apoyo, como el PS español, y peligrosamente pierden legitimidad. Hace unos días el vocero de la reunión de los ministros de finanzas europeos, para solucionar la crisis griega, negó que se hubiese llevado a cabo tal reunión, por miedo a los mercados financieros (Spiegel.de).
Poco a poco, la política se empieza a hacer a escondidas, en cuatro paredes, temiendo la reacción de los bancos.
Instituciones financieras como agencias de rating y bancos de inversión, principales actores en la tragedia financiera de 2008, suelen comportarse hostilmente al momento de la rendición de cuentas o cuando son exhortados a pagar el costo de la debacle.
Una acción de las primeras, bajar el rating a un país, puede generar efectos desastrosos, pues determinan la tasa de interés de bonos de gobierno.
Estas agencias y bancos no están destinados a servir al bienestar general, no deben legitimar sus acciones, operan en secreto y su fin es únicamente la rentabilidad. Y así actuaron en la pasada crisis.
La política, el terreno de lo público, parece contraponerse a ese mundo de ilegitimidad y secretismo. Pero sucede que las élites políticas parecen querer tranzar los valores democráticos con tal de no sufrir la furia de los bancos: actuar en secreto, sin enfadar a los bancos, limitando el debate y las soluciones a la crisis económica.
Pero sin libertad de palabra y debate de ideas, la democracia es imposible, el terreno de lo público no existe. Tal es el dominio de los regímenes autoritarios.
Existe, para peor, una acción consciente de las élites políticas al rescatar los bancos, cuyo bienestar prima por sobre aquel de los desempleados, que se verán en mejor situación tiempo después de que las economías despeguen. Alain Touraine, señala que en un momento los más acomodados y quienes detentan el poder político se liberan de la suerte de la mayoría y, consiguientemente, se liberan de su responsabilidad con sus representados.
Tal fenómeno lo denomina la rebelión de las élites, la traición de la élite a los valores democráticos. El contrato social entre élites, Estado y ciudadanos se rompe (Elpais.com).
En este sentido, las políticas contra los déficit fiscales, o de austeridad, de la post crisis, atentan contra la disminución del desempleo y el bienestar de la clase media, como menciona Paul Krugman (Guardian.co.uk).
La historia no se ha quedado estancada, avanza y a paso firme. El status quo está siendo cuestionado abiertamente. La disociación entre élite y sociedad es un asunto grave para sociedades que dicen ser democráticas y basadas en la representación. La crisis financiera puso a la élite política frente a los bancos y los ciudadanos, y aquellos han escogido el bienestar de los primeros por sobre los segundos.
La pasividad y el confort de generaciones anteriores han dado paso al disgusto y la movilización. Una suerte de remembranza de tiempos pasados cuando se levantaron intelectuales, políticos y gente común, reclamando contra los liderazgos políticos, reclamando mayor democracia y participación, demandas de las clases trabajadoras (hoy la clase media), bajo las banderas del nacionalismo (hoy de la comunidad europea o la humanidad).
Una nueva revolución de 1848, la antigua Primavera de las Naciones, el primer y único colapso a lo largo de toda Europa de la autoridad tradicional. Ante la rebelión de las élites se alza la rebelión de los jóvenes.
La marcha de la historia es implacable.